"Era una lancha perdida. ¿De quién? ¿Y sus hombres? Estas preguntas leía Andrés en las caras lívidas de sus compañeros. Notó que, puestos de rodillas y elevando los ojos al cielo, hacían la promesa de ir al día siguiente, descalzos y cargados con los remos y las velas, a oir una misa a la Virgen, si Dios obraba el milagro de salvarles la vida en aquel riesgo terrible."

Sotileza, 1884. José María de Pereda.