I
Era en el siglo de Oro
Cuando aún los nobles vivían
En sus castillos y feudos
Y eran amos de sus villas.
Eran los tiempos dichosos
En que la Doctora Mística
Reformando su Caramelo
Recorría las dos Castillas,
Y la fama de su nombre
Con los de sus carmelitas
Entre el pueblo y la nobleza
Comenzó a tener estima.
Se hallaba el Gran Duque de Alba
Que Fernando se decía
En Salamanca la sabia
Do grandes honras le hacían
Por su bravura y nobleza
Y de Flandes las conquistas.
En Salamanca se hallaba
Y tornarse ya quería
A su Castillo del Tormes
Baluarte de la villa.
Que los nobles que son bravos
Nunca las cortes envidian.
Aman mucho sus castillos
Y aman más sus baterías.
II
El cielo con negras nubes
Todo estaba encapotado
Y apenas el sol ardiente
Sus abrasadores rayos
Conseguía que en la tierra
Siguieran todo abrasando.
Un ambiente caluroso
De atardecer de verano
Fatigaba los sentidos
Produciendo al respirarlo
Asfixias caniculares
Como inminente presagio
De la tormenta horrorosa
Que arrasa cosecha y campos.
Los caballeros del Duque
A su señor avisaron
Que la tormenta era grande
Y el camino era muy largo.
«Que preparen presto el viaje,
Respondió el bravo Fernando,
Que no ha de temer tormentas
El que es tenido por rayo».
A eso de la media tarde
Salió el Duque de Palacio
Y a su Castillo de Alba
Emprendió el camino largo.
Grandiosa carroza lleva
Tirada por seis caballos
Con tiros de blanca plata
Y de fino oro bordados.
La victoriosa bandera
En el siniestro costado
Y haciéndole compañía
Sus valientes fijosdalgos.
Atravesaron el Tormes
Por el gran puente romano
Y la «Vía de la plata»
Camino espacioso y ancho
Animaron con el trote
De los fogosos caballos,
El trepidar de las ruedas
Y el restallar de los látigos.
Volando va la carroza
Veloces van los caballos
Ora suben altas lomas
Ora corren luengos llanos
Ora se hunden en los valles
Entre encinas y sembrados.
El Duque en todo el camino
Del viajero es saludado,
Que al divisar la carroza
Con el pendón y caballos
Todos dicen: « Viene el Duque
Nuestro Duque Don Fernando »
Y a la vera del camino
Se van quedando parados
Para ver y saludar
Al invicto Castellano.
Pasaron el Gargabete
Y a Calvarrasa llegaron
Cuando los truenos bramaban
Y fulguraban los rayos.
Fernando mandó seguir
Fiado de sus caballos
Que son ligeros cual viento
Y valientes cual su amo.
III
Como veloces lebreles
Corren en las monterías
De Calvarrasa los D'Alba
Sin ningún temor salían
Atravesando fugaces
Por la llanura vecina.
Del valle de los Perales
Se hundieron en la neblina,
Mas al llegar al regato
Les detuvo la crecida
Que en furiosos remolinos
El paso todo cubría.
A vado lo atravesaron
Con el agua hasta las cinchas
Y la carrera emprendieron
volando la cuesta arriba.
IV
Los caballos resbalaban
Y patinaban las ruedas
El cielo se oscurecía
Los rayos como culebras
Se enroscaban en las nubes
Que cual fantasmas aviesas
Cruzaban el firmamento
Entre fragores de guerra...
Y el más valiente corcel
que orgullo del Duque era
Se perniquebró una mano
Al darse contra una piedra.
Todos quedaron parados
En la mitad de la cuesta
Avergonzados de verse
Vencidos por vez primera.
A una encina se arrimaron
Que cual pabellón de guerra
Refugio les ofreció
Contra la metralla inmensa
Que las nubes arrojaban
Airadas sobre la siembra.
« Señores, dijo Fernando,
Como cristianos de veras
Respetemos los designios
De Dios y su Providencia.
No es de valientes luchar
Contra la Naturaleza,
Y aunque el valor sobra mucho
Esperemos que esclarezca».
«Muchas centellas la encina
Suelo atraer, y esta nuestra
Es la más alta y copuda»,
Dijo el caballero Atienza.
Al cual Fernando responde:
«Tanto mejor, más la piedra
Detendrá. Y si es que miedo
Tenéis vos a las tormentas
Allá en el convento de Alba
Tengo a la madre Teresa
Que es santa y puede muy bien
Hacer que Dios nos proteja.
Ella nos ayude a todos
Por todos rogará ella".
V
Aquí fuera en otros tiempos
De ángeles atendida
Cuando la madre Tersa
De Salamanca volvía.
La oscuridad de la noche
Del camino las despista
Y las monjitas cuitadas
Al cielo auxilio pedían.
Unos ángeles con luces
A la fuente cristalina
Les guiaron y agua fresca
Como alivio la ofrecían.
Lugar ya santificado
En otro tiempo, volvía
A recordar que Teresa
Para si lo requería,
Y que su nombre quedase
Unido a estas encinas.
VI
Esa santa castellana
Que dicen reformadora
De la orden del Caramelo
Se hallaba en Alba y a solas
Retirada en su celdilla
Rogaba a Dios amorosa
Por todos los bienhechores
De su Sagrada Reforma.
VII
Teresa rogaba al cielo
Y en el cielo cruzó un rayo
Que sobre la vieja encina
Donde estaban cobijados
Descargó toda su saña
Haciendo en el Duque blanco.
El resplandor y chasquido
Al de Alba dejó aterrado
Y pajes y caballeros
Tendidos y desmayados
A su vera sin sentido
Estuvieron grande espacio.
Un madero la centella
Desgajó del duro árbol
Y en él una clara cruz
Dejó calcinada el rayo,
Mientras que ilesos los hombres
Quedaban y los caballos.
El madero con la cruz
Estaba del Duque al lado
Con la cruz mirando al cielo
Y el prodigio atestiguando.
Tornaron todos en sí
Vuelve el Duque de su espanto
Y un clamor de admiración
Salió de todos los labios.
«¡Milagro!, claman gozosos,
Prodigio de Dios, milagro
Que esa bendita Teresa
Del Señor nos ha alcanzado!».
Y postrados de rodillas
Besan el madero santo
Con la cruz y para Alba
Con cariño la llevaron.
VIII
Ya se parte para Alba
El Duque y su compañía,
Hablando van del suceso
Como de recién conquista.
Los fidalgos van riendo
Y el Duque pensando iba
En dar al cielo las gracias
Por la merced recibida
«Que el agradecer es flor
Lozana en toda Castilla
Y el que es flor de castellanos
La tiene muy grande estima. »
Y al llegar a Terradillos
Que es arrabal de la Villa
Y que paga al Duque «pechos»
Y le rinde pleitesía,
Allá en la espaciosa loma
Alba estaba entre neblina
Rodeada de murallas
Que muy bien la defendían
Con el Alcázar ducal
Solar de la dinastía
Y las torres de San Juan
De San Pedro y las Benitas
La Cruz y los Franciscanos,
San Miguel, Santa María,
San Andrés, Santo Domingo,
San Martín, feligresías,
Que unidas a San Esteban
El Cabildo componían,
Presididos por Santiago.
Y rodeando la Villa
Las ermitas del Otero
Y la Virgen de la Guía.
La vega estaba inundada
Por la espantosa crecida
Del fecundo río Tormes
Y el agua llegado había
Al Convento de Jerónimos
Que está fuera de la Villa.
La Duquesa con sus damas
A esperarles acudían
Y el pueblo a su buen señor
Le daban la bienvenida.
Don Fernando, agradecido,
El suceso refería
Y antes de entrar en el fuerte,
En el Carmen de rodillas,
Dieron al Cielo las gracias
Por la merced recibida.
Al Convento de Teresa
Donó el leño de la encina
Forrado de filigrana
Como preciosa reliquia.
Y en el lugar del milagro
Una fontana votiva
Se labró en recordación
Y una pequeña ornacina
Con la imagen de la Santa
Se conserva todavía,
Fuente de Santa Teresa
la llaman los de Castilla.
Texto: Raimundo Barrado. |